Hace unas semanas atrás, conversando con el rector de una unidad educativa de mucho prestigio, nos contaba que recibió a un grupo de padres de familia de los alumnos mayores, que le visitaron y pedir qué va a hacer el colegio ante el hecho de que sus hijos en sus celulares veían mucha pornografía y usaban un lenguaje soez.
Me comentaba el amigo rector que preguntó a esos padres: ¿cómo llegaron celulares a manos de esos jóvenes?, ¿Quién los compró?, ¿Quiénes son los que no administran bloqueando y estableciendo seguimientos y supervisiones en el uso de esos móviles?. Preguntas que en su momento no tuvieron claras respuestas; más bien abundaron en el pedido de qué haría el colegio.
Los padres, en el afán de no mostrarse como referente de autoridad, como seres responsables que norman y forman a sus hijos, en ocasiones tratan de trasladar a las instituciones educativas las responsabilidades que les son irrenunciables e indelegables dentro del manejo de la escuela domestica que es el hogar.
Los valores, los principios, la cultura, el buen trato y el respeto son cuestiones que han de manejarse en primera instancia, casa adentro. Las escuelas, los colegios, son cajas de resonancia, son ecos que insisten una y otra vez en aquello que los padres entregaron a sus hijos desde pequeños a través de ese proceso formativo en que el consejo y el ejemplo forman parte activa de esa enseñanza.
La siembra de esa semilla está en manos directas de los padres, están en su terreno, en su cancha. Las instituciones educativas han de insistir y redundar para cultivar y cuidar esa siembra. Es obvio que eso se vuelve importante e indispensable pero también es claro que, el consejo y la formación de la escuela no sustituyen para nada lo que a la familia le corresponde sembrar y forjar.
Aparentemente el rector no satisfizo la expectativa de los padres, ellos querían exonerase y él los implico más en el proceso formativo de sus hijos.
Es que hay cuestiones que son intrínsecas a la naturaleza del rol que se ejerce y que ciertamente son intransferibles e irrenunciables.
Dr. Abelardo García Calderón