Cuando a las tranquilas playas de la educación particular llegaron las olas del consumismo y el mercadeo, haciendo a un lado la costumbre familiar y la tradición; surgieron razones para identificar con novedad que el cliente de la educación privada no era ya más el niño sino el padre, que a fin de cuentas, era quien pagaba por las colegiaturas y quien tomaba la decisión de donde llevar a estudiar a su hijo.
Entonces, las estrategias cambiaron, los establecimientos que antes preferenciaban el trabajo casa adentro, privilegiando el confort y atención pedagógica al alumno, comenzaron a desplazarse para que las nuevas corrientes imperen; así la mejora de ambientes se trasladó a la atención y comodidad de los padres, a convertir al centro educativo en un centro de encuentro social, a acompañar las reuniones con ágapes y atenciones culinarias entre otras formas de satisfacer priorizando al nuevo al cliente.
En ocasiones se llegó al extremo de que, lo que pasase adentro, no importaba tanto como el mantener contentos y felices al nuevo cliente recién revelado. Lamentablemente también llegó entonces, con las teorías remozadas, aquello de que “el cliente siempre tiene la razón”, marchar a su ritmo, no ofrecer resistencia a sus ideas y demandas, y simplemente allanarse a la voluntad de esos padres que siempre buscan su satisfacción.
Pero esa postura no fue ni es buena, pues disfraza y oculta el verdadero vínculo entre la escuela y la familia, y no propicia el campo para que esos padres pasen a ser parte integral del centro educativo, vivan su visión, su misión y hagan suya la tarea de compartir como socios el trabajo formativo de sus hijos con profesores y autoridades institucionales.
El cliente, el padre, no siempre tiene la razón, pues solo tiene una cara de la verdad plena.
Junto a la escuela debe de trabajar fuertemente integrado para procurar el mejor crecimiento y la mejor formación posible de esa personalidad, que estando en manos de padres y profesores, requiere más de sanas y formativas coincidencias que de confrontación.
Dr. Abelardo García Calderón