En aquellos días, cuando caminábamos contestatarios y airosos de cara al sol, con poco dinero
en el bolsillo o casi nada, pero sí con muchas ganas de devorar al mundo, crecimos muchas
generaciones de guayaquileños que, en efecto, recibimos una forma diferente de enseñanza,
tanto por lo que aprendíamos y por cómo lo aprendíamos; pero siempre, eso sí, inmersos en
principios y valores que no nos alejaban tanto de la capacidad de conceptuar, de lo abstracto,
como de los ideales.
Hoy, cuando el conocimiento es herramienta y no objetivo del aprender, cuando el cómo
enseñar importa tanto, los niños y jóvenes manejan sin duda, mucha más información
científica que aquellas generaciones de aquel entonces.
Pero en cambio, la urgencia por la concreción, la búsqueda desesperada del resultado, la
inmediatez del aquí y ahora, les corta alas a su pensar y los amarra tanto a la realidad concreta
que se les hace difícil abstraer, conceptuar, trascender.
Sin querer decir que todo pasado fue mejor y, que aprendimos acaso menos, fuimos más
impulsados hacia la causalidad, hacia la opción de creer en algo más allá de lo que vemos y
tocamos.
En la actualidad, sin duda, se maneja más conocimiento y, al saltar de la memoria al desarrollo
intelectual, crecen más y de mejor manera habilidades intelectuales en niños y adolescentes
pero se deja de lado el ideal, los principios y valores.
El niño y el joven de hoy no atisban el futuro como el mañana que desde hoy se está
construyendo, no van por el triunfo, porque se quedan simplemente en el éxito, en los
seguidores, en los likes que reciben en la pantalla; menosprecian el proceso porque buscan
inmediatos resultados y no alzan la mirada porque de alguna manera desmerecen lo que hay
más allá.
Resulta imprescindible trabajar en los ideales a los que perseguir y no solo en el éxito
económico como logro final, entendiendo que la felicidad es una consecuencia de las acciones
bien realizadas y no la satisfacción placentera de hoy.
Los abstractos, los colectivos, los principios, deben enseñarse a valorar y perseguir.
Dr. Abelardo García Calderón