Hace ya algunas entregas urgíamos sobre la necesidad de cambiar el modelo educativo nacional, lo hacíamos en virtud de las realidades sociofamiliares y de la pérdida de valores y principios que vivimos.
Hoy queremos poner énfasis en esa urgencia, pero para salvar otros problemas distintos pero no menos importantes.
Del modelo repetidor y memorístico que en su mayoría aún se trabaja entre nosotros, debemos saltar y a la brevedad posible, a uno que tome al alumno como centro y objetivo de la educación, y que le enseñe a construir su pensamiento, a estructurar su lógica y criticidad y por supuesto; a pensar correctamente, sabiendo observar, analizar, discriminar, escoger. Solo así estaremos aportando y salvando el modelo democrático de gobierno que hemos elegido vivir.
La democracia, su claro ejercicio, su existencia misma, su práctica eficiente, se asienta en la cultura del pueblo que la vive, por eso nace en Atenas, en Atenas la culta, la filosófica, por eso exige condiciones que deberán estar dadas por el saber elegir, por el saber votar.
Si no trabajamos de manera urgente en un modelo educativo que lleve a nuestras gentes a saber pensar, a saber investigar, a saber crear, veremos simplemente y poco a poco un deterioro de ese electorado que concurrirá como zombie y colmado de adicciones, al acto electoral. No será el cerebro y la inteligencia los que elijan sino las emociones manipuladas y azuzadas las que, deslumbradas por ofertas y falsas promesas, se saldrán con la suya.
Si devolver buenas costumbres, hábitos y valores no es suficiente para mover a algunos que consideran que la educación de aquellos corresponde exclusivamente a los padres, que sea la necesidad de un buen ejercicio ciudadano la que les dé razón suficiente para girar el modelo y construir así al ecuatoriano que tanto necesitamos.
Enseñar a pensar, manejar la lógica, estructurar adecuadamente el talento de los niños y jóvenes que aprenden, ha de ser el objetivo fundamental del modelo que escojamos para formar al párvulo, al niño y al adolescente.
Dr. Abelardo García Calderón