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Educar para la Paz

Nuevamente las alegres y altisonantes voces copan los espacios escolares, una vez más las risas se precipitan como cataratas por escaleras y pasillos inundándolo todo; la fiesta del reencuentro, las emociones y la expectativa se viven en el ambiente. ¡Ellos regresaron!.

Las aulas están felices y dispuestas a ser ambientes de paz.

Esto nos lleva a recordar cuánto en los últimos días se ha aclamado, se ha orado, se ha reclamado por paz, como que si esta fuese el grial perdido, la rosa azul que se debe buscar; más, al darle vueltas a esa idea, nos encontramos con una realidad, a nuestro criterio, cierta: la paz no es una meta hacia la que se corre ni un trofeo que se obtiene después del triunfo y se conserva para siempre. La paz, como todo lo valioso del mundo, se construye, se crea, se genera. No cosechamos lo que no sembramos y debemos recordar eso para procurar ambientes de paz.

La paz se siembra en el niño para que sus actos sean nobles y buenos, para que su trato sea amable y afectuoso, para que su conducirse por la vida sea respetuoso y solidario con el otro.

No siembro paz cuando corrijo insultando, denigrando o agrediendo; cuando con procacidad pretendo enmendar o cuando con indiferencia no atiendo un clamor.

Cuando usamos lenguaje violento y lo festejamos en el niño porque nos parece gracioso, cuando los golpes que el pequeño reparte generan risa o aplauso, cuando  el “no te dejes” y “pega tú también” se vuelve lección de vida, no estamos caminando hacia la paz.

“Si mis padres me piden que pegue, pegar no puede ser malo y maltratar me está permitido”.

Más la paz no se siembra solo en la palabra, se arma y levanta en las actitudes que consentimos. Cuando les permitimos ser intrépidos, prepotentes, tristemente castigadores de los demás, estamos desdeñando la posibilidad de una paz comunitaria.

Paz sin respeto no existe, Paz sin orden ni normas claras tampoco.

Trabajemos pues en los pequeños y en los adolescentes para convertirles en agentes del actuar respetuoso y amable que construye la paz, ya que ésta no es solo un derecho sino esencia vital.

 

Dr. Abelardo García Calderón

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